Yo estaba allí

Estoy bastante decidio a darme una vuelta de vez en cuando por este mi blog... un viejo proyecto que no acaba de atrapar mi corazón o mi tiempo.


Hoy, con la gentil donación de las ondas de un vecino, pongo por escrito y rindo tributo al pasado, un pasado no muy lejano o quizás tanto.


Corría el año 2005, una fría tarde de abril, jueves después de Pascua si no me falla la memoria... y entonces, a eso de las 9 y media de la noche.... ocurrió esto:



Por si no tienes internet.... o tu jefe no te deja oír los videos de youtube, era el sustituto de la Secretaría de Estado Vaticano informando que "Juan Pablo II "ha regresado a la casa del Padre"... un bellísima expresión para indicar un tránsito que desde la fe se comprende más como regresar que como marcharse. Es cruzar el umbral de la puerta más que caer en un tenebroso abismo.


¿Y como había empezado todo?



Había sido mucho tiempo antes, en 1978... un relativamente joven cardenal asumía la responsabilidad de ser el pastor de la Hermana Mayor de las comunidades cristianas, la comunidad de Roma, la de Pedro y Pablo. Y lo hacía en un delicado momento histórico, con una Iglesia que todavía trataba de hacer concreto el aire fresco con que el Espíritu Santo habia llenado los corazones de todos los cristianos en el evento del Concilio Vaticano II.


Era una Iglesia que al librarse de sus estereotipos medievales percibía el temor y la angustia de quien debe caminar sin muletas; al haberse desprendido de muchas lecturas inexastas del rostro de Dios y del hombre se encontraba con el miedo y el desasosiego de quien no sabe; un Iglesia que abandonó viejos modos de hacer, obsoletos métodos, y que se encontró con la inquietud y la inseguridad de quien traza sendas aún no pisadas.


Pero era también una Iglesia que en algunas voces - pocas, pero ruidosas- reclamaba un compromiso de mínimos, unas renuncias estratégicas para que la radicalidad del evangelio del Nazareno fuera aceptable al hombre moderno que escuchaba a los Beatles y desplegaba su poder conquistando la luna. Un hombre que se estaba dividiendo el mundo de este a oeste entre azules y rojos y de norte a sur entre hambrientos y saciados. Por eso la algunos de los Hermanos de esta gran familia de los seguidores de Jesús, se sintieron desbordados por la humanidad del hombre a quien Cristo había venido a redimir y, desilusionados por la tardanza del Reino, propusieron adelantar plazos con el mismo criterio y métodos con que algo más de medio siglo antes se había querido adelantar el final de las diferencias de clases.


En este mundo que temía ser destruido por la mano del hombre, el mismo hombre a quien Dios le había encomendado cuidar del mundo y en esta Iglesia que no encontraba modo de equilibrar su diálogo con el mundo y su fidelidad al evangelio, en este momento de incertidumbre, de temor, de desasosiego, surgió un hombre venido de una tierra lejana.... al menos lejana para lo que solía ser la patria chica de un Papa.


El Papa Polaco había antes sido el joven universitario polaco y el joven sacerdote que anunciaba un mensaje que le podía costar la cárcel o la vida. Conocía la debilidad del corazón humano y había aprendido a amar a quienes son capaces de levantar lugares de muerte como Auswitch porque también eran capaces de sembrarlos con sangre como la de Kolbe o Teresa Benedicta. Sabía que el espíritu humano está hecho de la misma imagen y la misma semejanza que Dios a pesar de que olvide frecuentemente su origen divino. Había comprobado que, por falta de guía, el deseo humano de bondad,belleza y perfección terminaba creando lugares infernales en la tierra.


Por eso, él que sabía lo que era temer por la vida propia y la vida de los suyos, comenzó su pontificado con una consigna bien sencilla: "No tengáis miedo, abrid, mejor, descerrajad las puertas a Cristo"... y el miedo desaparecerá de vuestros corazones.


Su primer discurso


La historia de los siguientes años sucesivos fue un continuo repetir este discuros, reanunciar un único evangelio, el de Jesucristo, acompañando a la Iglesia en su búsqueda del Reino de Dios aquí en la tierra. Una cosas fueron de un modo y otras de otro, pero las palabras del Papa, su presencia, su sonrisa y su coraje apoyaron a sus Hermanos en los lugares más distantes del globo. Allí donde la humanidad está y sufre, allí se posó la mirada y el abrazo del Papa, a quien recordamos por su veneracion besando cada lugar de la tierra, porque cada tierra es sagrada por los hombres y las mujeres que en ella habitan.


Y por eso, esa noche de abril de 2005, mucha humanidad se sintió huérfana. Los días siguientes millones de hombres y mujeres se pusieron en camino para rendir último homenaje al hombre que les ayudó a enocntrar en Cristo una luz y una senda para su vida. Aquel que había devuelto la fe en el ser humano, la esperanza en el Reino presente, la caridad que abrasa en el corazón de cada hombre.


Y de entre esos centenares de miles, uno era yo. Además de uno privilegiado, uno que vivía allí, vecino de Plaza. La historia pasó por delante de mi ventana. Y me trajo días de tesimonios de una fe que se manifiesta de modos variados y no siempre ortodoxos. Fueron días y noches de acompañar en la Plaza central del cristianismo católico el dolor y el agradcimiento, el cansancio de las horas y horas de espera con la satisfacción de los segundos de oración ante el cadaver ya sin vida de quien reconcilió a muchos con su propia vida. Fueron también días de reonciliar los corazones con Dios, días en que las manos y las palabras de los sacerdotes devolvían a unos y otros la comunión con su identidad de hijos amados del Padre Dios.


Fueron días de auténtica presencia eclesial, de comunión. Y en esos días, yo estaba allí. Aquella noche de abril, yo estaba en la Plaza rezando, como los días anteriores, como los días que siguieron. Yo escuché ese anunco y encomendé a Dios su viaje. Yo pedí, algún día, poder también cruzar con tanta serenidad y con algún que otro amigo, el umbral de la última esperanza.


Te dejo otro par de videos, más nostálgicos....